Escuchar para desconectar


Escrito hoy en un momento de paz en una plaza.
Foto tomada en el Paseo de la Familia, Cipolletti.


¡Qué lindas son las plazas!
Son lugares de encuentro, de conexión con otros, de descanso.
Pero lo más lindo, es cuando uno puede atravesarlas caminando, quizá apurado, quizá desanimado, o quizá perdido, y aún así sentirse envuelto por la naturaleza, aunque sea por solo una cuadra.
A veces de forma conciente decidimos ir a una y quedarnos un rato. Otras veces de forma inconciente, solemos querer frenar y tomarnos un tiempo para descansar. Y escuchar.
Qué lindo es escuchar en una plaza.A los pájaros, a las hojas de los árboles movidas por el viento, pasos de la gente caminando, risas y murmullos a lo lejos, a los autos pasar.
El sonido de las plazas sí que da paz. Cuando uno intencionalmente deja de escuchar lo que le estaba distrayendo, para concentrarse en lo que pasa en ella.
Puede que suene extraño, pero la paz se activa. No es una sensación que nos acompañe en cada momento, no porque no exista, sino porque no la dejamos fluir en nosotros. La paz únicamente se activa cuando nosotros lo decidimos.
También puede variar de acuerdo a la personalidad de uno. Para algunos la paz está en una charla con otra persona, en unos mates, en un avión yendo a cualquier parte, en un libro, en medio de una playa paradisíaca, en una canción, estando en soledad... Pero para mí, mi paz se encuentra en la naturaleza.
Ese pedazo de creación sin haber sido intervenido por el humano. Ese aire fresco que no se respira de la misma forma en otro lado. Esas tonalidades de verde que no pueden ser reproducidas a la perfección en una pintura o fotografía.
La paz, mi paz, está en el descanso en medio de la naturaleza. La naturaleza me hace bajar. Me hace acallar mis sentimientos. Me hace pensar con claridad. Me hace reflexionar y tomar decisiones. Me genera hacer una introspección. Me hace ver las cosas desde otra perspectiva. Termino yéndome enfocada.
No todos tenemos el privilegio de tener un bosque, lago o montañas donde vivimos. No todos tenemos cerca de casa un lugar donde escapar a la naturaleza. Pero todos tenemos una plaza cerca. Quizá no sea lo mismo, quizá no genere en nosotros la misma sensación que estando en uno de esos lugares, pero son los que más paz traen, si uno así lo deja.
Activar la paz que nos desconecta de lo superfluo y nos conecta con lo importante. Lo que va más allá de nosotros mismos, pero nos lleva a la profundidad que hay dentro nuestro.

Y quizá se trate de eso.
En medio de todo el caos, responsabilidades y ruido, ir a una plaza, sentarse y escuchar.
Ser intencionales y dejar que nos inunde la paz, aunque ésta dure solo unos pocos minutos.
Pero esos pocos minutos, pueden activar la paz necesaria que dure todo el día.
Quizá se trate de encontrar nuestra plaza.
Quizá se trate de hallar a Esa persona a la que podamos ir en cualquier momento, y que incluso no teniendo una plaza cerca, se sienta como una.
Una plaza que no varía según las estaciones o lo que las personas hagan con ella.
Una plaza disponible para nosotros para toda una eternidad.

¿Qué lugar o quién es tu plaza?

Canción perpetua

"Tu palabra es vida para mi alma
Enseña a mi alma a siempre escuchar".


Foto de mi autoría

En mis años de adolescente, recuerdo que muchas veces me ponía mis auriculares, seleccionaba una lista de canciones y las escuchaba a todo lo que daba el volumen de mi, en ese tiempo, mp4.
Entonces cerraba mis ojos y me concentraba en ellas. Con eso lograba enviar un mensaje a mi entorno que avisaba "no me hablen", bloquear de alguna manera cualquier voz cercana que quisiera decirme algo. Todo lo que buscaba era simplemente evadir la realidad.

Hoy reflexionaba en esa situación, y de alguna manera no me fue difícil relacionarla y trasladarla al contexto espiritual.
En reiteradas ocasiones solemos leer o escuchar -incluso decir- frases como "Dios está en silencio", "Dios no me quiere hablar". Y admito, muchas veces yo misma compartí esa frustración.
Pero, como es de esperarse, se trata de un argumento meramente falaz; el ser humano siempre tiende a inclinar la balanza a su favor.
Dios está hablándonos todo el tiempo, permanentemente. Somos nosotros los que no escuchamos.

Y en medio de esa reflexión, llegué a las siguientes conclusiones:
Quizá solo estemos usando auriculares espirituales.
Quizá la música que estamos escuchando no es la correcta.
Quizás el volumen está siendo demasiado alto como para poder escuchar cualquier otro estímulo exterior.
Quizá sea así porque en el fondo, muy en el fondo, sabemos lo que Dios nos va a decir y no queremos enfrentarlo.
Quizá lo único que queremos es evitar Su realidad, y buscamos bloquearla por un tiempo, siendo conscientes de que ésta siempre es mejor que la nuestra.

Reconozco que en este último tiempo, hubo días en los que preferí usar esos auriculares. Funcionaron, sí. Lograron distraerme, sí. Por un tiempo me concedieron lo que quería.
Pero acepto, y créanme, va a sonar raro, pero cómo me gusta chocar con esta realidad: cuando el volumen ha permanecido alto durante un tiempo, llega un momento en el que reacciono. Su voz amorosa, con sólo un susurro, logra que yo quiera sacarme esos auriculares y responderle "Perdón, no podía escucharte. ¿Qué me estabas diciendo? Ahora sí quiero".
Porque aún no logro comprender el cómo, pero siempre logra convencerme, y no solo eso, sino que permite que yo misma compruebe una vez más que Su voz es lo único que quiero y necesito escuchar por la eternidad.

Y quizás algún día -de hecho sé que así va a ser- me despierte queriendo ignorar Su voz y escuchar lo que yo quiero. Sé que habrán días en que simplemente voy a querer cambiar de sintonía por un rato. Sé que habrán días en que simplemente voy a querer bloquear Su voz porque en ese momento no quiera escuchar lo que tenga que decirme. Es inevitable que así suceda.

Pero volverá. Esa es mi seguridad en medio de mis momentos de egoísmo.
Su voz siempre reaparece en escena. Vuelve a buscarme. Siempre con un susurro que embelesa mis oídos y me atrae nuevamente hacia Él. Siempre dejando el eco de Su amor.

Tendremos que cambiar de estación, bajar el volumen o sacarnos los auriculares. Quizá todas juntas.
Tendremos que, como con cualquier composición magistral, saber apreciarla. Quizá tengamos que aprender cómo hacerlo.
Tendremos que estar atentos, y en el momento en que sintamos la alarma, prestar atención a Su voz que nos devuelve y guía por el camino correcto. Quizá sólo tengamos que escuchar Su melodía las veces que nos sea necesario para que, en el momento en que nos veamos perdidos, podamos reconocerla y reaccionar rápidamente a su estímulo.
Porque al fin y al cabo, Su amor siempre va a ser la canción que suene más fuerte.
Esa canción que nos hace bien, esa canción que, no importa cuántas veces la hemos escuchado, volvemos a ella porque su letra es verdad. Escucharla y hacerla nuestra nos trae libertad.
Fuimos creados para tal descubrimiento continuo.



La verdadera expresión de quiénes somos

La verdadera manifestación de los hijos de Dios depende de ellos mismos.

Foto de mi autoría

Creo que Romanos 12 definitivamente entraría, si lo tuviera, en mi “top 5” de capítulos favoritos de la Biblia.
Éste, fácilmente podría ser considerado como el manual de vida de un cristiano, porque resume y a la vez expone detalladamente los factores que hacen de nuestra vida un “sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (v1) y que a la vez constituyen la prueba ante el mundo de que somos sus hijos.
Antes de mencionarlos, Pablo nos da una pequeña introducción, y a la vez nos presenta la estrategia para alcanzarlos:
No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios buena, agradable y perfecta”.
- Romanos 12:2 (NVI).
Sin dudas, este tan famoso versículo tiene dos joyitas: una promesa y una clave. La promesa es que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta, y que nosotros podemos conocerla. La clave es que para lograrlo, tenemos que cumplir con la primera parte. Y eso depende enteramente de nosotros.
Quiero deconstruir esa primera parte, definiendo las tres palabras que para mí son conceptos clave:
Amoldarse: acomodarse o ajustarse a un lugar o situación distintos de los habituales.
Transformarse: cambiar (alguien) de forma, aspecto, estado de ánimo, etc.
- cambio personal, evolución interior que pasa por dejar atrás algunas costumbres para asumir otras nuevas.
Renovación: acción y resultado de adquirir una persona o una cosa un aspecto que la haga parecer nueva.
- restablecimiento o reanudación de una cosa que se había interrumpido.
Lleno del Espíritu Santo, quien lo inspiró a escribir esa carta, Pablo nos ordena una cosa: "no se amolden al mundo actual". En otras versiones dice “no se conformen a este siglo” (RVR), “ya no vivan como vive todo el mundo” (TLA), “no imiten las conductas ni las costumbres de este mundo” (NTV). Nos pide no conformarnos, no copiar, no seguir la corriente, no hacer las cosas porque los demás las hacen, no tratar de encajar. Amoldarse, como dice la definición, es acomodarse, adaptarse o ajustarse al resto.
Y yo creo que, más que una orden, también es un llamado de atención. Amoldarse, seguir la corriente, es perder la identidad. Cuando seguimos patrones, adquirimos conductas y actitudes, y actuamos con el único objetivo de encajar, perdemos nuestra esencia. Copiando a otros perdemos nuestra verdadera forma, alteramos el orden inicial, distorsionamos el diseño original, tergiversamos nuestra personalidad.
Cuando nos amoldamos al resto, perdemos lo único que nos diferencia a ellos: la imagen de Cristo en nosotros.
Para evitar amoldarnos, tenemos que “ser transformados mediante la renovación de nuestra mente” (NVI),cambiar de manera de ser y de pensar” (TLA), “dejar que Dios nos transforme en personas nuevas al cambiarnos la forma de pensar” (NTV).
Inevitablemente, mientras más estamos en el “mundo”, vamos perdiendo nuestra forma original y adoptando otras nuevas que nos son ajenas. Somos seres influenciables por naturaleza. Cuando pasamos tiempo junto a otras personas, inconscientemente “se nos pegan” sus formas. Formas de actuar, de hablar, de expresiones, pensamientos, entre otras.
Por eso es tan importante elegir correctamente a las personas que nos rodean. Involuntariamente vamos a adquirir algo de ellos. Mi pregunta, aplicable también a todos es, ¿qué cosas ajenas a mí estoy adoptando como mías?, ¿me estoy dejando influenciar?, ¿quiénes son las personas que estoy dejando que lo hagan?

Me gustó mucho la segunda definición de ‘renovación’: “restablecimiento o reanudación de una cosa que se había interrumpido”. Cuando nos amoldamos a cosas que no son nuestras, interrumpimos nuestro verdadero desarrollo, crecimiento y descubrimiento de quiénes somos realmente.
Y no hay nada peor que no saber con claridad quiénes somos.
Dios quiere restablecer nuestro sistema operativo hackeado por códigos destructivos. Renovar nuestra identidad con los datos verdaderos.
Pero no hay renovación sin transformación. Y no hay transformación si no hay alguien que la lleve a cabo. La única persona capaz y capacitada para transformar es el Espíritu Santo.
Somos transformados y renovados por el Espíritu Santo.
Cambiamos nuestra manera de ser y de pensar gracias al trabajo del Espíritu Santo en nosotros. Recuperamos nuestra verdadera identidad mediante la obra del Espíritu Santo en nuestra vida.
Pero su obra es proporcional a nosotros mismos; depende de cuánto lo dejamos actuar. El Espíritu nos va a transformar en la medida que lo dejemos.
Mis preguntas con respecto a esto son, ¿estoy dejando que el Espíritu Santo me transforme?, ¿en qué medida lo dejo actuar en mí?, ¿estoy realmente entregando todas mis áreas para ser transformadas?.

El versículo 9 es más específico en cuanto a cómo esa transformación y renovación se reflejan en nosotros y se hacen perceptibles frente al resto. Obviamente, también esto depende de nosotros. Es una decisión tenemos que tomar de manera continua.
Pablo hace una lista detallada de cuáles son las conductas y actitudes que como hijos de Dios debemos tener (v9-21). Las expone a modo de ordenanza, porque así es como a Dios le agrada que vivamos, pero a la vez las presenta y muestra como atributos, características dignas de poseer. Porque definitivamente no hay mayor placer que el se obtiene cuando se las ejercita constantemente. Y es que cuando uno es y se deja ser transformado por el Espíritu Santo, las intenciones y motivaciones propias cambian. Ya no nos esforzamos por “cumplir con mandatos”, ya no actuamos por temor únicamente. Nos movemos para agradar al que nos creó y conoce a la perfección. Nos movemos meramente por amor a Él.
Se nos hace más fácil alcanzar estas cosas, porque nuestra percepción de la realidad ha sido renovada, porque se nos ha sido revelada el propósito de Dios, que es alcanzar a toda la humanidad, y la forma de hacerlo, que es a través de nosotros mismos.
Cuando leía este capítulo a la mañana, una de mis notas decía “lo que Dios y el mundo esperan de nosotros” (refiriéndome a esas conductas y actitudes descritos en el pasaje).
Dios las espera porque le agrada, lo alegra, le complace ver que sus hijos le expresan su amor de esa forma.
Pero el mundo las necesita porque
la creación espera impaciente la manifestación de los hijos de Dios”.
Romanos 8:19
El mundo necesita ver acciones que ya no son usuales, necesita ver otras realidades para cambiar la suya, necesita conocer el verdadero amor. Pero no puede conocerlo si primero no se lo muestran (Romanos 10:14-15).
¿Estoy ejercitando estas conductas y actitudes?, ¿puede el mundo percibir la transformación que el Espíritu Santo hizo y sigue haciendo en mí?

La verdadera manifestación de los hijos de Dios es la coherencia en nuestro estilo de vida. Es respaldar con acciones lo que decimos, es predicar sin hablar. Es reflejar de forma directa una relación que se construye continua y progresivamente desde la intimidad. Es demostrar mediante actitudes y conducta el amor que decimos conocer.
La verdadera manifestación es no amoldarnos; es mostrarle al mundo algo nuevo, algo distinto, algo que choca con lo común y corriente, algo que rompe con toda costumbre y estructura, algo que se aleja de todo lo impuesto, algo que gracias a la transformación es capaz de seguir transformando.
La verdadera manifestación de sus hijos es “Cristo en nosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
La verdadera manifestación de sus hijos es su Hijo mismo, expresado en todas estas acciones.
La verdadera manifestación es actuar para mostrar; mostrar para dar a conocer; dar a conocer para acercar; acercar para transformar; transformar para manifestar; manifestar para ser libres.
Libres de la necesidad de amoldarse, libres de querer seguir la corriente, libres de adquirir patrones ajenos, libres de tratar de encajar, libres para ser quienes realmente somos y fuimos creados para ser: transformados para descubrir nuestra identidad verdadera, llamados a impulsar a otros a encontrar y vivir la misma libertad.

Fe sostenida

"No voy a dejar que tengas más cargas de lo que puedas soportar. Y cuando ya no puedas más con su peso, te voy a indicar la salida: te voy a guiar hacia mí".
- Paráfrasis de 1 Corintios 10:13


Foto y dibujo de mi autoría. (La mano fue copiada porque la realidad es que no sé dibujar (?))

Me sostenés usando las dos manos. En una tenés todas mis cargas, en la otra me tenes a mí. En la izquierda tenés todo lo que me preocupa, lo que me pone ansiosa, lo que me roba el tiempo, lo que requiere responsabilidad y compromiso de parte mía; todas las cosas que vos permitiste que lleve para que aprenda de qué manera hacerlo. En la derecha tenés todo lo que conlleva a mí: mi alma, mi cuerpo, mi espíritu; mis pensamientos, sentimientos, acciones, actitudes; todos los aspectos que me hacen ser yo, y me distinguen del resto de las personas.
Al principio tus manos sostienen todo junto, a mí y a todas las cosas que cargan conmigo. Esas manos me rodean, como haciendo una casita, conteniéndome, privándome, en la medida que yo te dejo, de todo lo que pase a mi alrededor que pueda afectarme, de todo lo que no aporte a mi crecimiento. Protegiéndome.
Pero llega un momento donde yo, adentro de la casita que forman tus manos, empiezo a luchar con las pocas cosas con las que cargo. Me abruman, succionan mi confianza en Vos, me hacen perder el centro. Y es únicamente cuando esas cosas empiezan a querer robar tu lugar y la paz que Vos me das, cuando decís "basta, ya es suficiente". En ese momento, tus manos dejan de formar una casita, para separarse y transformarse en dos barquitos de carga.
Cuando hacés eso, me sacás todo el peso que tenía encima, me siento aliviada. Y me recordás, una vez más, que Vos te ocupás completamente de mí. En esos momentos encuentro la calma, y me tenés en la palma de tu mano, descansando, porque sé que, de todo lo que está en la otra, Vos tenés el control.
Muchas veces hacés este ejercicio conmigo, porque querés que se me quede grabado de todas las maneras posibles, que estás presente en cada detalle de mi vida, y no hay una sola cosa que se te escape.
Y durante el proceso de aprender a dejarte a cargo de mis cosas, y reposar en tu mano sin presentar resistencia, voy recuperando la paz que me regalaste desde el principio.

Te imagino mirando las palmas de tus manos. Contemplándolas con delicadeza, porque sostienen a tu creación más preciada: yo, tu hija. Mirándome a mí. Contemplando a Tu hijo en mí.
Mientras trabajás en mí y te ocupás de lo que me preocupa, yo sigo creciendo, y todo lo que siento por Vos crece conmigo.
Mi confianza en Vos,
mi amor por Vos,
mi fe en un Amor vivo.
Un amor que es débil por mí y está dispuesto a hacer lo que sea con tal de que yo encuentre la calma.
Un amor que me regala la gracia para que yo pueda vivir en libertad.
Un amor tan fuerte y delicado a la vez. Tan fuerte y público que se manifiesta con poder en mi vida, haciéndolo tangible y visible para los que me rodean; tan delicado e íntimo, que me permiten caer en la palma de tu mano, y se convierte en un secreto entre los dos, otro ingrediente más en esta relación cercana y en constante crecimiento.
Mi lugar favorito son esas manos, porque me sostienen, me acarician con ternura, me protegen. Porque me crearon primero. Porque son mi salida y mi lugar de retorno. Porque ahí descanso y experimento la verdadera paz.
Porque son ellas mi hogar, y el centro de acción de tu amor por mí.

Nueva lectura



Ella leía para olvidar. Leía para perderse.

Se refugiaba en la lectura para no enfrentar sus problemas. Se sumergía en realidades ficticias para evadir la suya. A lo largo de sus jóvenes años, lo único que la llenaba era estar vacía, porque sabía que era la única manera de tomar la forma de otro. Encontraba paz en el mundo de otros, se sentía segura dentro de historias ajenas, encontraba su valor desde el punto de vista de sus protagonistas.
Envidiaba cómo éstos siempre al final encontraban una solución. Deseaba con su ser que su historia tenga apenas una pizca de esas sorpresas. De esos finales felices.

Con el tiempo aprendió (o eso era lo que creía) que tenía que conformarse con su vida. Aceptó que nunca experimentaría historias tan impactantes como las que leía. Entendió que no eran reales, sino inalcanzables. Que por mucho que lo intentara, sus esfuerzos eran inútiles, porque nunca lograría replicar esas historias o vivir su propia versión de ellas.
Entonces descubrió una alternativa que con el tiempo sería potencialmente peligrosa: su mente.
Empezó a crear historias. A imaginar diálogos y escenarios que nunca ocurrirían. A reinventarse.
Al principio funcionaba, porque todo era ideal. Todo estaba en su sitio. Todo estaba bajo control. Todo encajaba.
Hasta que su mente comenzó a apropiarse de ella, su personalidad, y todas sus realidades creadas empezaron a jugarle en su contra. Sus pensamientos pasaban por ese filtro. Sus reacciones se establecían sobre parámetros duplicados. Todo lo que hacía era un reflejo de su falta de originalidad. Todas eran repeticiones mecánicas de otras realidades. Las historias sobre las que leía se convirtieron en su identidad, en su esencia.
Y ahí sí se perdió.
Ya no intencionalmente, sino porque era inevitable que ocurriera. Ya no quedaba un gramo de lo que alguna vez ella fue. Parecía no haber vuelta atrás.
Y dejó de leer.
Dejó de leer porque no le interesaba seguir historias que, sabía, no iban a ocurrirle nunca. Dejó de leer porque no le simpatizaba adentrarse en un mundo que luego de unas páginas dejaría. Dejó de leer porque ya no tenía ánimos de sentirse otra persona. Dejó de leer porque perdió toda ilusión de que algún día, quizás un día, podría pasar algo así de asombroso con ella. Dejó de leer porque perdió la esperanza. Dejó de leer porque ya nada tenía sentido.

Después de un tiempo, volvió a hacerlo. Pero no tomó los típicos libros que antes solía devorar en sólo horas. Esta vez quiso probar con algo nuevo.
El libro que ahora tenía en sus manos, lo había leído en su niñez, y en algunos momentos de su adolescencia. Lo había estudiado, a veces recitado en voz alta. Pero su contenido no le interesaba tanto, porque también, mientras leía los demás libros, le parecía una realidad inalcanzable.
Al tomar ese libro, casi a propósito, vinieron a su mente recuerdos de ella misma, en momentos específicos de mucha tristeza y frustración, en los que ciertas frases de éste la animaron. Se acordó de oraciones que la marcaron en distintas etapas de su vida. Y no sólo eso, sino que revivió en su recuerdo cada contexto, cada momento en que otras personas se las dijeron, y esta vez pudo relacionarlos con cada pasaje de este libro que la había tocado. 
Y lloró. Lloró porque creía que había enterrado esos momentos en el olvido. Lloró porque no se imaginaba que un libro tuviera el poder de sacarlos a la luz y darles sentido. Lloró porque finalmente entendió.

A partir de ese día le dio una segunda (o trigésima) oportunidad. Comenzó a leer nuevamente un fragmento por día. Releyó las frases y oraciones que la marcaron, y se permitió encontrarles nuevos sentidos. Empezó a conocer verdades que antes no sabía, y a reconocer mentiras que estuvieron disfrazadas y presentes en su vida por mucho tiempo.
El libro la ayudaba, consolaba, enseñaba, confrontaba y guiaba, mejor que cualquier libro de autoayuda o ficción, e incluso mejor que cualquier persona que conocía. Cada vez que lo leía recobraba fuerzas, aprendía cosas, corregía otras. Cada vez que lo leía experimentaba nuevas emociones. Cada vez que lo leía, se sentía viva.
Y se dio cuenta de que en realidad el libro estaba vivo.


Pasó el tiempo, y ahora ese libro es su favorito.
En él encuentra soluciones. En él encuentra respuestas. En él encuentra sabiduría. En él encuentra amor.
Ahora ese libro es su apoyo para tomar decisiones.
Ese libro es su manual de instrucciones para vivir en libertad, pero la verdadera libertad.
Ese libro le revela su identidad, y constantemente se la recuerda.
Ese libro la impulsa para alcanzar sus sueños, y la incentiva a ayudar a otros a cumplir los suyos.
Ese libro la hace crecer. Con una rapidez y eficacia que no son usuales.
Ese libro la ayuda a amar. A los demás, y sobre todo a ella misma.

Pasó mucho tiempo desde la última vez que leyó un libro de ficción. Desde la última vez que vivió una realidad ajena. Desde la última vez que se perdió por completo.
Se dio cuenta de que ese libro es mejor que todos los libros juntos que leyó durante toda su vida. Entendió por qué antes no le llamaba la atención, y era porque la riqueza estaba en resignificarlo con su propia vida.
Ya no necesita sumergirse en realidades ajenas, la suya le encanta así como es, y sabe que todo lo que le sucede siempre va a ser para bien. Ya no imagina escenarios ni diálogos, ya no planea todo en su mente, porque sabe que existe Alguien que tiene unos planes mejores, mucho más de los que ella podría imaginar. 
Ahora ama leer. Ama leer verdad. Ama el hecho de que a medida que se adentra en éste, se va acercando cada vez más a su autor, y entendiendo cuál es su relación con ella. Y el resultado de eso, es que descubre su identidad. Finalmente le encuentra sentido a su vida.

Ahora ella lee para recordar. Lee para encontrarse.
Ella soy yo. Y ese libro es la Biblia.

Amor en tiempos de colores

9 de Agosto - 3:45am

A veces el dolor nos lleva a hacer una introspección, y remueve sentimientos que no pueden ser descritos. En un intento de llevar a palabras ese procesamiento, escribí lo siguiente:



Yo prefiero el celeste. Vos el verde. Por cómo la sociedad construyó la connotación de ambos colores, todo indica que somos distintos. Nos obliga, indirectamente, a actuar de forma negativa con respecto al otro. Como si se tratara de un chip implantado en nuestro cerebro, como si fuera sacado de un episodio de Black Mirror, nos modifica la visión para ver en el otro a un enemigo.
Pero, ¿por qué dejar que un color defina mi percepción de las cosas? ¿Por qué dejar que eso influya en mi manera de pensar y actuar? ¿Por qué debería tratarte distinto? ¿Por qué debería amarte menos por no optar por mi color elegido, o directamente no amarte? ¿Por qué debería repetir acciones de otros, como si yo fuera una pieza más de dominó?
La pregunta reformulada sería, ¿debería? ¿Debería tratarte distinto? ¿Debería amarte menos?

¿Desde cuándo un color se volvió parámetro de nuestro accionar? ¿Desde cuándo un color es motor para el fanatismo extremo, en el que sólo implica el odio como lenguaje? ¿Desde cuándo un color tiene el poder de fomentar la intolerancia, hasta el punto en el que pase los límites más finos? ¿Desde cuándo un color determina nuestro vocabulario, de forma tal que de éste sólo salga agresión? ¿Desde cuándo un color tiene TANTO poder para dominarnos?

El color verde no te hace tan distinto a mí. Los dos luchamos. Los dos tenemos al mismo objeto como protagonista. Los dos, en varios puntos, convergemos. Los dos, en varios puntos, estamos de acuerdo. Pero nuestro orgullo es tan enorme que nos tapa la visión. Tenemos el pie, la excusa perfecta para poder empezar a pensar en conjunto en otras soluciones alternativas, pero en vez de eso preferimos agravar la grieta que nos separa en tantos aspectos como áreas tiene la vida. Obtuvimos la valiosa experiencia de que con organización y unidad todo se puede, pero nos olvidamos de que en el diálogo está la riqueza, y que la unidad se enriquece en la diversidad.
No tendremos potestad válida para definir que una Ley exista o no, pero sí tenemos el poder de decidir cómo actuamos, sabiendo que mi actitud influye en la del otro, y que la suma de ambas, con otras actitudes en conjunto tienen el poder de transformar una realidad.

Yo decido que mi acción primordial sea amar, y que el resto de todas las acciones se construyan sobre un amor. Pero no un amor hippie, una realidad en el que todos disfrutamos en armonía porque pensamos igual. Eso es totalmente utópico, y casi imposible de alcanzar.
Se trata de un amor distinto, un amor hecho persona.
Un amor que no condena, un amor que no excluye, no estigmatiza, no criminaliza, no juzga.
Es un amor inmensurable, inmedido.
Un amor que desborda, que no se pone límites para terminar ni empezar.
Un amor que perdona y sí olvida.
Un amor que pone en primer lugar al otro, y por lo tanto es lo totalmente opuesto al egoísmo.
Un amor que vivió en carne propia la verdadera empatía.
Un amor que todo lo transforma.

No te voy a amar menos porque decidiste preferir un color que, socialmente asignado, es el opuesto al mío. No voy a hacer uso (o abuso) de la agresión sólo porque no comparto tu ideología. No voy a dejar de hablarte porque no estamos de acuerdo en ciertas cosas. No voy a juzgarte o estigmatizarte porque tus acciones difieren de las mías.
Porque no voy a dejar que un color corrompa la única cosa inmerecida que recibí durante toda mi vida, la única que se me fue, es y seguirá siendo dada sin límites: el amor.

Porque al fin y al cabo, el verde y el celeste son simplemente eso: un color. Lo que representa el que yo elija poco y nada tiene que ver con mi preferencia, si yo no lo respaldo con mi forma de vivir.
Desde mi experiencia personal, no me puedo callar y ser indiferente, porque el amor que me llena merece ser compartido, y alcanza la plenitud cuando veo que otro lo experimenta por primera vez.
Por eso, no voy a dejar de amar al color opuesto. No voy a dejar de luchar, desde donde estoy y dentro de mis posibilidades, porque la realidad de esas mujeres, que tienen la enorme presión de tomar una decisión tan drástica, cambie. Porque ese amor también puede llegar a ellas y transformar su realidad, no a partir de que una Ley exista o no, sino porque actúa desde la experiencia personal. Y eso nadie lo puede evitar, modificar o arrebatar.
No voy a permitir que otro color se pierda la oportunidad de experimentar el amor más grande de todos. Porque el verdadero amor no distingue colores.

Por ahora ganó el color celeste, pero yo no estoy festejando.
No canto victoria porque entiendo que la guerra todavía no termina y muy lejos está de ser ganada. Porque entiendo que la verdadera victoria no se la lleva un color, sino el amor.
La guerra estará ganada cuando el amor prevalezca por sobre todas las cosas.
Cuando el amor gane, va a haber victoria absoluta.
Y ese es el color verdadero.

Tres cosas durarán para siempre: la fe, la esperanza y el amor; y la mayor de las tres es el amor.
1 Corintios 13:13

Ir y hacer

"Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". (TLA)
Mateo 28:19


Foto: Pexels

Hay una canción que me gusta mucho, y que desde la primera vez que la escuché, una frase resonó en mi cabeza: "Quiero valer la pena de tu sacrificio".
La gran mayoría, creyentes o no, sabemos de a qué sacrificio se está refiriendo. Pero, ¿qué significa "valer la pena" de éste? ¿Cómo se cumpliría esta premisa?

Últimamente mi mente estuvo sopesando acerca de una pregunta que todos, en algún momento de la vida, nos hacemos: ¿Para qué estoy acá? Existencialismo puro.
Pero mi pregunta, más específica fue y es (son): Una vez que soy salva, ¿qué sigue después? ¿Qué hago con eso? ¿Cómo sigue la vida a partir de esa decisión y hasta que Cristo vuelva? ¿Qué hago durante la espera, cada día que pasa?
Hace unos meses leí un tweet, que su contenido no me dejó tranquila desde entonces. Decía: "Cuando cuidaba mi salvación, no podía compartirla bien". Cuánta verdad.
El gran problema que tiene la humanidad, y del que se desprende todo el resto de los problemas, es el egoísmo. Ponernos a nosotros en primer lugar. Permitir que eso influya en nuestra percepción de las cosas. Y en consecuencia, dejar que determine nuestras acciones y actitud.
Y ahí entendí. Claro. Estaba siendo egoísta.

Ser salvo está bueno. El recibir a Jesús como salvador es una de las mejores decisiones que uno puede tomar, e incluye un montón de promesas y beneficios que nada ni nadie más que Dios podrá cumplir jamás. No se puede explicar cómo cambia la vida de uno a partir de ese momento, porque de verdad hace una diferencia enorme.
Pero, ¿qué gracia tiene? ¿De qué me sirve tener la salvación y disfrutarla cada día sabiendo que todo ese conjunto de promesas y beneficios sigue estando disponible para mí, cuando muchísima gente, más de la que soy capaz de contar, no puede gozar de lo mismo que yo, porque todavía no lo vive? ¿De qué me sirve disfrutar de la salvación, y todo lo que incluye, cuando todavía hay gente que no sabe que puede obtener exactamente lo mismo que yo?

"14 ¿Pero cómo pueden ellos invocarlo para que los salve si no creen en él? ¿Y cómo pueden creer en él si nunca han oído de él? ¿Y cómo pueden oír de él a menos que alguien se lo diga? (NTV)
17 La fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo. (NVI)"
Romanos 10:14-17

Más claro, imposible. Ese es mi propósito. Para eso estoy acá. Eso tengo que hacer durante la espera. ¡Eso tengo que hacer con mi salvación!
Compartirla. Extenderla. Propagarla. Contarle a otros que también pueden tenerla. Que no tienen que hacer nada de otro mundo para adquirirla. Que no tiene fecha de caducidad, sino que dura toda una eternidad.
Porque claro, sería más fácil y lógico que cuando uno recibe la salvación, se vaya al cielo en seguida, porque ¿qué sentido tendría tomarla y tener que quedarse más años hasta disfrutarla literalmente? Espero que se entienda el punto y no se malinterprete.
La respuesta sólo puede ser: es todo al revés.
Justamente obtenemos la salvación para no acaparárnosla. No adueñarnos de ella.
El fin de la salvación es alcanzar a todas las personas posibles. El fin de la salvación es acabar con el egoísmo de uno.
Porque ¿de qué me sirve acumular cosas, conocer personas, obtener logros, desvivirme por cosas pasajeras, si de lo único que voy a disfrutar por la eternidad es la salvación? ¿De qué me sirve haber vivido cada día con ella si al final lo único que va a importar es si yo pude participar en apenas una partecita del inicio de la salvación de otro?
Dios la creó, pienso, por dos motivos:
1- Para asegurarnos toda una eternidad junto a Él.
2- Para poder recibir y experimentar un regalo tan significativo, tan inmenso, tan indescriptible, tan incontenible, que la única manera de disfrutarlo en su máxima expresión, sea transmitirlo.

Mateo 28:19 empieza con dos verbos claves: "ir" y "hacer". Instrucciones claras. Sin rodeos. Dos acciones que nos tendrían que nacer casi de forma automática. Dos acciones que ni siquiera tendríamos que pensar dos veces. Dos acciones que deberían ser naturales en nosotros.

"Y esta es la vida eterna: que te conozcan a tí, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. (RVC)"
Juan 17:3

Mi propósito es claro. Lo que tengo que hacer, indiscutible. Sólo me queda preguntarme: ¿Qué estoy haciendo hoy, que pueda impactar en la eternidad? ¿Estoy yendo? ¿Estoy haciendo? Y más que pensar en respuestas, la única respuesta válida siempre va a ser actuando.
La salvación no vale la pena del mayor sacrificio de toda la historia de la humanidad, si es vacía. Si reposa en una sola persona.
La salvación vale la pena cuando no es protegida con recelo, cuando no se limita, cuando no es retenida.
Y la mía, la que yo obtuve, me hace tan feliz, me llena tanto que ya no me la puedo guardar. Ya no la puedo callar. Ya no la puedo contener. Ya no me deja ser egoísta.
Solo me hace querer ir y hacer.
Contar.
Transmitir.
Compartir.
Activar la salvación de otros a partir de la mía.
Que mi vida entera, intentando eso, valga la pena de Su sacrificio por mí.